Seguidores

jueves, 7 de febrero de 2019

Llueve semen en mi jardín (III)

"Llueve semen en mi jardín" de la antología erótica "Susúrrame entre las piernas"


Capítulo 2: Nacer solo sirve para morir (Parte II)

La memoria vuelve a agitarse una vez más, transportándome de un lugar a otro, enseñándome cosas que no me interesan en absoluto y trayendo a la superficie pasajes que estaban olvidados y profundamente enterrados. Ahora estoy en un mugroso bar de Bilbi, más entrado en la adultez (ya que decir madurez sería ser demasiado generoso), en los míticos bares de gaupaseros que abren a partir de las 6 de la madrugada y en los que ni siquiera ponen música, pero que son los zulos idóneos para los que no tenemos donde caernos muertos, ni los que, por culpa de este puto spiz revienta cerebros, no podríamos dormir ni disparándonos con una escopeta. Me estoy poniendo unas filas en la misma barra, en la cara de un camarero con una mandíbula indomable que me mira mal solo porque no le he ofrecido una. Que se joda... Bastante me está estafando con una botella de pis de rata caliente por la que me ha clavado tres euros. Le hago un gesto para que me saque otra, a pesar de haberme dicho a mí mismo que no volvería a picar, y me meto el tiro que me entra hasta el fondo del cráneo. Le doy un trago al sacrilegio al que se atreven a llamar cerveza, para intentar empujar el veneno hacia abajo, que se desliza por mi garganta como si fuera un gramo de afiladas chinchetas. Cierro los ojos inconscientemente por culpa del dolor y, al abrirlos de nuevo, entre las luces psicodélicas y cegadoras me fijo en una muchacha que está a pocos metros de mí, sentada también a este lado de la barra y con aspecto de estar en otro planeta. Es bastante guapa y, teniendo en cuenta las horas que son, decido hacer una última intentona a la desesperada. Le digo hola todo lo cálidamente que me permite la voz de cadáver que tengo e intento entablar una conversación como toma de contacto, para saber si puede tener algún interés en mí o no. Es difícil saberlo, la verdad, porque con el zartako que lleva encima le cuesta concentrarse en algo que no sea su propia estupefaciencia, pero parece que le agrada mi presencia o, al menos, no le molesta. Empiezo a hablar de temas banales que quizá le interesen, como la música, el cine o la zoofilia, pero es casi imposible entender algo con tanto ruido y tanta droga. Tampoco parece que a Ella le importe demasiado, se la ve feliz en su mundo, pero yo necesito hablar y fumar más de lo que necesito respirar así que me levanto y le digo que me voy fuera, con la esperanza de que me acompañe. 

Una vez en la calle, me veo tan solo como me siento, pero decido no volver a ese maldito infierno y quedarme a echar un cigarro para que el frío congele mis neuronas, a ver si eso me baja un poco el colocón. La depresión se apodera de mí y medito la idea de largarme a mi puta casa a morir en paz, cuando veo salir del bar a la mujer de antes dando tumbos y con cara de haber corrido una maratón solo para poder salir de allí. Me sonríe cuando me ve y, aunque casi se cae de morros un par de veces, conseguimos subir por las típicas escaleras repletas de yonkis hasta un lugar un poco más apartado. Pasamos un rato hablando, aunque la verdad es que seguimos sin entendernos. Yo voy a mil por hora, no sé ni lo que digo ni lo que quiero decir y no creo que haya dicho nada con sentido en toda la noche; si me apuras, en toda la vida. Ella tampoco se aclara mucho, dice cosas inconexas, frases sueltas, locuras. No para de reírse, lo que me encanta, me hace sentir un poco mejor con mi mierda de vida. Intentamos charlar un poco más, pero cuando vemos que no somos capaces ni de quedarnos con nuestros respectivos nombres decidimos ponernos con algo más productivo. Nos besamos y, para mi sorpresa, sabe realmente bien. No es como liarse con un cenicero andante, que suele ser lo típico a estas horas, sino todo lo contrario. Sus labios saben a demencia, a fuego, a cadáveres de fresa con pepitas de suicidio. Mis manos arden al exponerlos al calor de su piel, pero es tan agradable que prefiero quedarme sin ellas que quedarme sin probar su delicia. Total, para lo que las uso, aprendería a masturbarme con las piernas y a cascarla (nunca mejor dicho). En un momento empieza a hurgar en sus bolsillos y yo, estúpidamente, pienso que se ha equivocado de piernas buscando las mías, pero saca una bolsita del pantalón con unos tripis en ella. Se pone uno en la lengua y me dice que lo coja con un sutil guiño de ojos, cosa que hago inmediatamente sin pensar ni medio segundo. Seguimos comiéndonos mutuamente durante un rato, oliéndonos, fundiéndonos, gustándonos, mientras poco a poco nuestro cerebro va asimilando las substancias que se cuelan en nuestro organismo intentando confundirlo. Mis sentidos se vuelven engañosos, me guío más por sombras y luces que por formas concretas, y me cuesta darme cuenta de si lo que estoy tocando es una mano o una teta. Pero sigo adelante. Con el tiempo me acostumbro un poco y recobro un poco la cordura. Aterrizo un poco, lo justo para sorprenderme de que estemos ya completamente desnudos y de que tenga un condón puesto para ponerme glande a la obra. Saca otro par de cartones de su bolsa, para que el viaje sea más espectacular y se me sienta encima, aplastándome las bolas con sus muslos. Se frota el chichi contra mi polla durante un buen rato, porque está como el puto hocico de Alf, tan arrugado y asustado que le cuesta ponerse dura. Pero cuando la necesidad aprieta el engendro acaba despertando. Me la agarra con la mano y se la mete en su coño deliciosamente húmedo. Cabalgamos. Despacio, suave, en maravillosa armonía de gemidos y movimientos. Poco a poco nos vamos calentando, subiendo de temperatura y volviéndonos más locos. Follamos. Rápido, con ansia, presos de una enfermedad que pide más y más, cada vez más fuerte, cada vez más rápido, cada vez más. Me dan mareos a veces, supongo que por estar viviendo en dos mundos a la vez, pero intento no pensar demasiado para que la hipnótica mecánica de nuestros cuerpos calme mi alma. Pero qué va...

Se levanta para cambiar de postura, se apoya sobre un banco cercano y se me insinúa para que la penetre como el sucio perro sarnoso que soy. Y es en ese instante, en el que noto la mirada de su ojete, que me recuerda aquel ojo divino que me protegía en aquellas noches de onanismo salvaje, en el que pierdo la cabeza por completo. Pierdo toda noción del espacio en el que me encuentro, todo se derrumba: las calles, las casas, mi cordura... Flotamos en una nube que se crea y desintegra a la misma velocidad. Oigo chillidos y ruidos raros que no consigo identificar, básicamente porque no puedo ver nada aparte de mi cuerpo pudriéndose sobre esta mierda flotante. Bueno, también puedo ver esas preciosas piernas bailando al son de la nada, contoneándose como un péndulo con olor a canto de sirena. Me acerco lentamente, hasta estar a la distancia reglamentaria, pero no consigo metérsela por mucho que lo intento. Miro a mi entrepierna y me encuentro que en vez de un rabo tengo cinco y que se mueven independientemente como gusanos venosos de cabezón púrpura. Intento agarrar a uno de ellos, pero no puedo, como si mis manos fueran de humo, que se desvanecen al mínimo movimiento. Esto es raro, al menos uno de esos cinco debería ser mío. O quizá no, no lo sé... Decido dejar de pensar en chorradas y acercarme a Ella, pero tampoco puedo tocarla; es como si estuviera hecha de lumbre y yo de humo. Me agazapo justo debajo de su coño para ver si al menos mi lengua funciona pero me quedo maravillado por la amplitud y la profundidad del agujero. Meto la cabeza dentro, como quien se mete a hurtadillas en un trastero y enciendo la luz usando la campanilla como interruptor. Se respira bastante tranquilidad aquí dentro, además del lógico olor a esquizofrenia que inunda toda la estancia y que me relaja aún más. Me adentro poco a poco en esta mágica caja de sorpresas, alimentándome de las sensaciones que chorrean las paredes vaginales, hasta que un ruido extraño me deja paralizado. Siento como se acerca hacia mí, se oyen pisadas rápidas y cada vez más cercanas que me hielan la sangre. Decido cerrar los ojos para no tener que mirarle a la muerte a la cara y aguanto la respiración durante unos interminables instantes. Parece que era una falsa alarma, ya que todavía no he muerto y no siento ninguna presencia hostil. Pero al abrir los ojos me encuentro cara a cara con un monstruo deformado y desfigurado, con el cráneo abierto, la cara derretida y con los ojos y la boca cosidas con cuerdas de piano, de modo que al intentar chillar se tensan y emiten una melodía terroríficamente punzante. Salgo escopetado del interior del coño como alma que lleva el diablo entre las piernas, pero no veo nada, solo sangre. Estoy completamente cubierto de sangre menstrual, empezando desde la cabeza hasta los pies, para subir por la espalda hasta llegar otra vez a mi cabeza. Un torrente ovular que me trastorna a la vez que me protege. Trato de escapar de este loco torbellino como sea, pero el río rojo nunca para de fluir. Me trago toda la sangre, que tiene un delicioso sabor a fetos muertos, y noto como me baja directamente a mi polla. Ahora sí que está dura, ahora sí que puedo sentirla. Lo que no puedo es controlarla. Tiene vida propia el cabrón y no parece querer hacerle caso a una desgracia humana como yo. Intento agarrarlo, apoderarme de él, pero el muy jodido me pega un mordisco que casi me arranca un brazo. Qué ostias... no recuerdo que hubiera dientes ahí... Supongo que será producto de los ríos de LSD que corren por mis venas, pero, joder, duele de verdad. Intento centrarme, tratando de pensar en qué coño puede estar pasando, en vez de fiarme de lo que veo que está pasando. Pero la abominable bestia sigue mordiendo como un poseso, ajena a mis pensamientos, comiéndose mis piernas, mi escroto, mis entrañas, mi alma y mi cerebro. No ha dejado nada vivo el cabrón, me ha desintegrado...

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

Abro los ojos y solo veo oscuridad, los cierro y se hace la luz. No sé dónde estoy, no sé qué me pasa. No puedo separar la realidad de la ficción, los recuerdos de las paranoias, la cordura de la demencia. No siento mi cuerpo, como si hubiera trascendido a una forma más sofisticada y mejorada, una en la que mi ruinoso cuerpo físico no sea un lastre para mi mente, y pueda desarrollar todo su potencial autodestructivo. Siento la curiosa alegría de la inexistencia, que, cansado ya de la agonía que supone el vivir, me facilita en cierta medida el soportarme a mí mismo. Aunque tampoco sirve de mucho. Mi mente se hunde enseguida en un mar de pensamientos nefastos y desgarradores sobre la mierda de vida que llevo y llevaré por los siglos de los siglos. No sirvo ni para que me maten. Intento chillar con todas mis fuerzas, pero es inútil, no tengo boca por donde expulsar sonidos. Solo soy un fantasma perturbado observando a la nada. O quizá soy la nada obsesionada con mis fantasmas del pasado, atormentada con la idea de desvanecerse como si ni siquiera hubiera existido. Solo soy una abominación que nunca debería haber tenido lugar. 

Cierro los ojos...

Cuando los abro estoy en una casa que no es la mía, follando con una preciosa mujer sobre la mesa de la cocina. Estamos a tope ya, jadeando como bestias y sudando como si el semen se eyaculara por los poros. Tiene unas tetas maravillosas que no paro de apretar y toquetear, mientras ella me araña la espalda con sus garras hasta que brota la sangre. Seguimos con la danza hasta que prácticamente me quedo sin aliento o, bueno, mejor dicho, hasta que su marido llega y me mete un puñetazo. Salgo disparado por la ventana desde un quinto piso y caigo de cabeza contra el suelo que, justo al chocar, se convierte en una mullida cama con una fabulosa mujer de plástico. Esta sucia, rota, llena de pegotes y en plena decadencia, igual que yo mismo. Supongo que por eso nos llevamos bien. Por eso, y porque no es capaz de odiar. La cabalgo tranquilamente, sin la necesidad de tener que cumplir y sin el miedo de quedar en ridículo. La temperatura sube hasta tal punto que ella explota de repente. Se me pega el plástico a la piel, me quema, me desfigura, se fusiona conmigo para que juntos engendremos un monstruo. Me hago una bola de fuego en la cama, que no puede con el calor y empieza a agujerearse por el medio. Yo caigo por el boquete envuelto en mis sábanas, de forma que parezco una enorme y pegajosa gota de esperma negro que se desliza por la pared. O como la pota negra que cae por la barra del bar en el que estoy, liberada por un desgraciado que bebe a mi lado. Me largo al baño para no tener que ver el percal y me encuentro con una adorable mujer empolvándose la nariz. Le pido un poco con mi mejor cara de galán, que se parece mucho a la pinta que tiene mi ojete cuando me agacho y abro las nalgas y, sorprendentemente, me invita a que la acompañe al cagadero. Cierro la puerta tras de mí y Ella se agacha para ponerse a currar. Lo hace del modo en el que con su culo me empotra contra la puerta, haciéndome ver las estrellas en el techo lleno de pintadas de yonkis. Estoy perdiendo el sentido y lo nota, porque me mira viciosamente mientras menea sus malignas posaderas y me guiña su ojo derecho. La agarro por las caderas y le sigo el ritmo lo mejor que puedo con el pedo que llevo, mientras nos frotamos hasta que consigo palpar el cielo con mi prepucio. Follamos como bestias dementes y descoordinadas durante un rato, pero mis eskrotislavos no tienen ganas de esperar y se lanzan al ataque enseguida. Me la saco para maniobrar con la marcha atrás, pero cuando me corro no sale espuma, sino que sale una flor blanca y retorcida con un escarabajo pelotero en la punta. El puto bicho tiene cabeza humana, la mía para ser exactos, y, antes de que pueda preguntarme porqué, vomita un extraño tubérculo con forma de corazón, del cual florece un esfínter con dientes y peluca. Me acerco para coger en mi mano a este nuevo coleguilla, pero antes de que me agache decide inmolarse solo para no tener que tocarme. La explosión me desintegra, una vez más. Cuántas veces tiene uno que desvanecerse para morir, joder...

Vuelvo en mí una vez más, completamente desorientado, tirado por los suelos, llorando lágrimas de absenta que impactan contra el suelo de plomo. Noto miradas acusadoras, insultos silenciosos y dedos que me señalan en las tinieblas. Hay un fantasma flotando en el cielo, idéntico a mí, que observa todos mis movimientos y disfruta viendo todos mis lamentos. La obscuridad poco a poco me va abandonando, permitiendo que pueda apreciar un poco mejor lo que me rodea. Estoy en una estancia lúgubre, tenebrosa, húmeda y maloliente, pero, claro, con esa descripción lo mismo podría ser un ojete que mi habitación. Hay una mesa justo en la mitad, con el cuerpo tumbado (y desnudo) de una mujer encima de ella. Me acerco y le acaricio los muslos pero el tacto frío y hostil hace que aparte la mano. Sigo tocando su cuerpo, subiendo poco a poco, turbándome más a cada paso. Mis sospechas se confirman cuando llego a la cara y me topo con que ni se mueve ni respira. Me acabo de follar a una muerta...

Después de soltar todo mi arrepentimiento en forma de vómito radiactivo, me siento en el suelo para tratar de asimilar lo que acabo de hacer, con tanta mala suerte que me poso sobre las entrañas evisceradas de la pobre muchacha, que tiene un boquete en la tripa tan grande que me extraña no haberme dado cuenta antes. Me levanto del suelo con su alma pegada al culo, fabrico una especie de soga con sus intestinos, abrazo mi cuello con ella y me ahorco. Me quedo colgado como un zurullo, mirando al infinito, deseando que la cuerda no se rompa antes de que deje de respirar. 

En unos pocos segundos la vida abandona mi cuerpo infecto...

No hay comentarios:

Publicar un comentario