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sábado, 2 de febrero de 2019

Llueve semen en mi jardín (II)

"Llueve semen en mi jardín" de la antología erótica "Susúrrame entre las piernas"


Capítulo 2: Nacer solo sirve para morir (Parte I)


Cuando despierto estoy sobre una habitación casi tan destartalada como la mía, volando sobre ella como un ente fantasmal y omnipitudo, espiando como un sucio voyeur lo que ocurre entre esas cuatro paredes. Veo a un hombre, visiblemente borracho, quitando las alpargatas a una mujer, notablemente alcoholizada, y lamiendo los dedos de sus pies con máxima delicadeza. Empieza a subir por las piernas, despacito, barriendo con su lengua todos los pelos que se encuentra en su camino, hasta llegar a la zona de la entrepierna y desenvolver ese regalo húmedo brindado por los dioses. Siente el maravilloso calor que desprende su coño al quitarle las bragas con la boca, que se cuela por su nariz hasta su alma, y que pone en marcha las poleas que hacen funcionar la maquinaria escrotal. Su rabo se pone tan duro que intenta escapar a gritos de su mazmorra y da el primer aviso haciendo saltar por los aires el primer botón del pantalón. La lengua de Él recorre los labios buscando el clítoris, que lo encuentra inundado de placer, mientras Ella le clava las garras en su cráneo y aprieta las piernas, hasta casi explotarle la sien. Ella le saca la cabeza de entre las piernas, y se encamina hacia su nardo, reptando entre las sabanas como una lasciva culebrilla. Lo encuentra y lo saca de los calzoncillos, mientras escupe en el glande y se lo mete en la boca. Acaricia todo el miembro con la lengua, lamiendo también sus arrugadas pelotillas y saboreando toda su zona fálica con aroma a requesón. Él está a punto de perder el sentido, así que le aparta rápidamente antes de descargar, para ponerla en la única postura políticamente correcta de la época y empezar a follar salvajemente. Me estoy poniendo un poco cachondo, la verdad, si no fuera un espectro sin genitales ya me la estaría cascando, aunque algo dentro de mí me dice que esta escena me debería resultar familiar, y que masturbarme con la imagen de mis padres fornicando para engendrarme es horrorosamente perturbador. Que asco... no me había dado cuenta. Con la de veces que me habían contado esta historia (bueno, no exactamente esta parte), pero, coño, debería haberlo visto venir. Joder... un trauma más para la colección. 

Después de un buen rato de follisquearse mutuamente y, justo cuando la eyácula va a ser derramada, me transporto dentro del escroto de mi padre, donde, junto a un gran número de luchadores eskrotislavos, inicio mi brutal carrera hasta la fortaleza clitoriana en la que mi ADN de engendro se mezcla con genes de ser humano para gestar la enorme abominación que soy hoy. Estos sí que eran tiempos felices, tiempos de paz. Sin traumas, sin problemas mentales, sin depresiones, sin una conciencia llena de bilis que te hunde en la mierda a cada paso. Solo un feto aberrante y sin cerebro que espera plácidamente a que empiece su apocalipsis personal. 

Esa espera culmina con el nacimiento de un ser despreciable y repulsivo, que apenas consigue sobrevivir lo justo para llegar al final del día. Una patética aglomeración de deshechos inhumanos puestos al servicio de la más completa ignorancia. Como un saco de mierda que se tira por un rascacielos, que pasa su existencia cayendo al vacío y que al llegar ensucia a todos los que están cerca. Es una buena definición de mi vida, la verdad, aunque me duela admitirlo. Mi infancia fue relativamente feliz, o eso creo, ya que hay muchas cosas que no recuerdo, perdidos en el mapa de la memoria o exterminados bajo el deterioro de mi cerebro toxicómano. Supongo que fue la época más agradable, aunque fue cuando se crearon todos mis traumas, mis miedos irracionales y absurdos que poco a poco fueron cogiendo conciencia dentro de mí y se convirtieron en los demonios que hoy me acompañan. 

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La siguiente escena que visito en calidad de mirón tiene como protagonista a un niño pervertido y con cara de loco, que solo puede tratarse de mí. Estoy jugando con mis mejores amigas de aquel entonces, las ratas muertas, toqueteando sus genitales cadavéricos y experimentando con ellos. Me acuerdo de esto porque una de ellas no estaba muerta de verdad y me pegó un mordisco de la ostia. Me contagió de todo, estuve a punto de morir. Me pusieron un montón de vacunas y me encerraron en mi habitación, como si fuera un leproso cualquiera que solo visitaban para darle los alimentos y los chutes necesarios para que no se muriera allí mismo. Y nada más. Tuve que aprender a divertirme por mi cuenta, creando amigos imaginarios con los que no conseguía llevarme bien y fantasías absurdas en las que nunca salía bien parado. Pasé años en esa sucia mazmorra, sin saber siquiera cómo suicidarme, hasta que descubrí las pajas. Eso sí que fue un hito en mi vida. Algo que podía hacer sin la ayuda de nadie, que me sentaba bien y que me ayudaba a sacar todo el veneno que guardaba dentro. Sucedió de manera natural, me puse a mirar unas revistas que le robé a mi padre cuando era niño y sentí la llamada de la naturaleza. Tenía un par de Playboys y un par de Jara y Sedal y, obviamente, elegí la que alberga a esos seres maravillosos tan místicos como excitantes que son los animales. Había una gacela, grácil y majestuosa, persiguiendo a un cocodrilo (o eso creo), que me miraba con su ojo trasero, como si fuera una lente celestial que se mete dentro de ti y te revela cuál es tu misión. Yo la mía la cumplí religiosamente todos los días y todas las noches, sin faltar nunca mi designio divino, hasta tal punto que la revista se convirtió en piedra santa de tantas poluciones voluntarias. 

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Las imágenes de mi mente se perturban y fusionan, cambian con el tiempo. Sin que siga una línea temporal clara, me transporto entre las experiencias odiosas y los recuerdos de mierda que componen mi vida. Ahora vuelvo a estar en la calle, solo que con más granos en la cara y más pelo en las pelotas, pero con la misma falta de cerebro, bebiendo una litrona sentado en una esquina. Espero a que vengan “mis colegas”, que, a pesar de que les llame así, no lo son. Solo son gente que todavía no me odia lo suficiente como para expulsarme del grupo, cosa que aprovecho para beber con ellos y no sentirme solo, hasta que estoy tan borracho que me da todo igual y me pierdo con mi locura. Me acuerdo de esta noche. Tardaron tanto que para cuando llegaron ya me había ido a vomitar a otro lado. Y, como lo suponía, ahí voy, dando tumbos a cualquier esquina apartada, para soltar en paz todas mis entrañas y entrar en un estado de coma cerebral, que es interrumpido (después de un buen rato) por una preciosa muchacha preocupada por mi aspecto de cadáver prematuro. 

― Estás hecho mierda, tío, ¿sobrevivirás?
― Supongo...
― ¿Y tus amigos? ¿No deberían estar contigo?
― Mis únicas amigas son las ratas. ¿Y las tuyas? ¿Dónde están tus colegas?
― A mí ni las ratas me soportan.
― Pues a mí me falta mucho para llegar a ser una rata. Podría funcionar.
― Podría... ¿Quieres dar una vuelta a ver si te aireas las neuronas?
― Vale... intentaré no morirme por el camino.

Damos un paseo por la playa, que casualmente está justo al lado de la zona de bares. Aprovecho que estoy hecho mierda para, con la excusa de no caerme de morros, cogerla de la mano y olvidarme de mis problemas. Ella accede y nos vamos alejando del barullo poco a poco, hasta llegar a una parte en la que no hay ningún signo de vida. Nos tumbamos en la arena y comenzamos a besarnos. Se me empieza a poner dura enseguida, sobre todo cuando mete su mano en mis pantalones, y, por un momento, siento miedo de no dar la talla. Eso me tensa un poco y me quedo un instante pensando en mi mundo, lo que Ella aprovecha para acercarse a mi paquete y mordisquearme los huevos. Se mete mi polla en la boca, la lame por todos lados y se la traga hasta el fondo. Me mira con cara pícara, buscándome con los ojos, pero solo se encuentra a un cenutrio con los ojos en blanco que no es capaz ni de cerrar la boca para no babear. Al ver el percal, me pega un tortazo en toda la cara que me tira al suelo. Se levanta, se quita las bragas y se sienta en mi cara. Empiezo a lamerle el coño como si tuviera alguna idea remota de lo que tengo que hacer, que, aunque no la tenga, parece que funciona. Ella empieza a revolverse, a temblar sobre mi cara y a gemir suavemente como una auténtica maravilla, lo que me pone más pitudo de lo que he estado nunca. La aparto como puedo, me pongo un condón que seguramente lleve siglos caducado, y empiezo a acariciar su raja con mi glande suavemente, para después penetrarla poco a poco. Nos ponemos con el baile del ciempiés humano, al ritmo del bombo que mi escroto y sus nalgas crean al golpearse, acelerando a cada compás y convirtiendo algo místico y precioso en algo descoordinado y compulsivo. Llegamos al clímax, sudando como bestias, y, justo en el mismo momento de correrme, me entran unas arcadas incontrolables que hacen que pote sobre su espalda. Cuando se da cuenta me mira con una cara de odio que me aterra, pero cuando me acerco para pedirle perdón me vomita en toda la cara. Aún hoy puedo sentir sus tropezones en mi boca. Como era de esperar, nos fuimos cada uno por su lado y no nos volvimos a ver. 

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Luces extrañas empiezan a revolver mi cerebro, buscando en mi subconsciente algo a lo que aferrarse. Empiezo a ver sombras, oír lamentos y a sentir punzadas en todos los rincones de mi mente. Las imágenes que veo empiezan a distorsionarse un poco, supongo que es porque me toca revivir mis épocas de mayor alcoholismo. Me encuentro a mí mismo tirado como una garrapata sobre el sofá de mi casa, mi kobazulo, mi caverna; fumándome el subsidio en papeles de L mientras me masturbo viendo películas gore y documentales de La 2. Bebo hasta la total aniquilación de mis neuronas, que tienen la suerte de pasar a mejor vida mucho antes de que llegue el colapso de mi organismo, librándose de sufrir la lenta pero inevitable decadencia de mi cuerpo. Vivo prácticamente en la inmundicia. Hasta un vertedero sería un lugar más habitable que este, al menos habría más normas de higiene que en este antro en el que malvivo. Desde la posición privilegiada que me otorga estar sobrevolando la escena, puedo apreciar cómo se están creando costras que unen mi piel con la mugre que habita en mi sofá, haciéndome uno con la naturaleza muerta que me acompaña. También puedo ver cómo me rasco las pelotas eternamente, sin hacer otra cosa que luchar para respirar entre tanto humo, aunque, claro, no me hacía falta verlo, porque lo he vivido en mis carnes. Lo que no sé es por qué tengo que revivir todas las putas mierdas que he hecho hasta ahora. Como si tuviera algún interés para alguien, si no me importa ni a mí. 

Parece que hay movimiento en la sala. Para cuando me doy cuenta he empezado a desplazar toda la basura a otra habitación y a intentar adecentar lo inadecentable. Es gracioso verme todo eskizo de repente, corriendo de un lado a otro cargando con toda la mierda, sin malgastar ni un segundo en descansar o pensar en lo que estoy haciendo. No hay duda, este inusual arrebato contra la indigencia solo puede estar causado por una cosa: estoy esperando un coño. Me echo una duchaja rápida, para evitar posibles riegos prematuros, machacando sin clemencia al puto calvo para que segregue su particular sangre blanca. Me pongo mis habituales gayumbos agujereados del revés, por culpa de los nervios y las prisas, me embuto en unos pantalones llenos de mierda y me pongo la camiseta más kinki que tenga, una tan desgastada que se transparentan hasta mis costillas. Intento parecer lo más decente posible (cosa harto difícil, ya que mi elegancia reside en la falta de elegancia), como si para ligar bastara con la ropa y las apariencias y no importara más mi cara de puto perturbado mental que asusta a todo el mundo. Salgo de la habitación camino al baño justo cuando suena el timbre. Vaya... ahora además de no correrme precozmente tendré que intentar no cagarme vivo. 

Abro la puerta con cinco kilos de mariposas muertas en mi estómago y con un inquietante cosquilleo en el ojaldre. Y allí está Ella, tan rara como preciosa, mirándome con sus pícaros ojos rojos y sus rastas. Es una mujer increíble... Lleva esos pantalones de cuero que tanto me gusta quitar, además de su agujereada camiseta de Eyaculación Post-Mortem que a veces permite que algún pezón salga a investigar el exterior. Me aparto un poco para que pueda pasar, pero no demasiado, para poder absorber bien su aroma de mujer salvaje, mientras Ella menea sus caderas hacia el interior de la casa. Se sienta y saca un par de birras. Me pasa una a mí, que todavía estoy medio atontado por su presencia, y empezamos a charlar. Hablamos sobre música, bebemos, nos besamos, bailamos, nos drogamos, reímos, jugamos, fumamos... Las horas pasan volando. Tanto, que el sol nos sorprende por la mañana mientras seguimos con los pre-preliminares. La gran bola de fuego tiene una boca igual de glande, desde la que nos grita la frase “¡a follar!” una y otra vez. Nos miramos con una mezcla entre asombro y lujuria, nos cogemos de la mano y vamos corriendo a mi habitación. Cuando llegamos me tira bruscamente contra la cama y se tira encima de mí. Los gritos del sol siguen entrando por la ventana y nos mira con cara de pervertido, así que decidimos dejarle mirar y que se deleite con nuestra suciedad. Tiempo después supe que no se trataba del sol, sino un vecino del edificio de enfrente, y que no gritaba para nada lo que nosotros creíamos, pero esa es otra historia que ahora mismo no viene al caso. Estamos serpenteando entre las sabanas intentando no rompernos el espinazo haciendo un 69, de manera que los dos podemos sentir el hedor que sale de nuestros anos. Yo me hundo por completo en el abismo de su genitalia, llenándome la cara con sus flujos hasta el punto de no poder respirar, que es cuando doy lo mejor de mí, inmerso en mis espasmos esquizofrénicos.  Ella, por su parte, se entretiene relamiendo mi paquete, desde la zona del bacon hasta la puntita, causándome escalofríos cada vez que su lengua toca mi piel. Aguantamos un rato en esta postura, hasta que casi pierdo el sentido y me aparto de ella a punto de morir. Me pongo a cuatro patas, preparado para expulsar el alma por la boca, momento que ella aprovecha para darme unos azotes con un cinturón de pinchos que encuentra en el suelo. Dice que no va a parar hasta hacerme sangrar, sin que importen una mierda mis gritos, y me revienta las nalgas con todas sus fuerzas. Duele un huevo, pero al menos ha hecho que me olvide de las arcadas. Me doy la vuelta y me despatarro ante ella, para que me dé un latigazo en los cojones, sin pensarlo demasiado, claro, ya que se me clava uno de los pinchos en el escroto y empieza a sangrar profusamente. Le digo que me importa una puta mierda al mismo tiempo que cojo el cinturón y me lo pongo en el cuello para que pueda estrangularme. Ella me mira con lascivia, agradada por la idea y empieza a apretar poco a poco. Con una mano me estruja el pescuezo mientras con la otra se toquetea el clítoris. Yo intento cascármela como puedo, aunque tengo que admitir que me cuesta bastante por la presión ascendente que siento. Ella aprovecha que estoy agonizando con la boca abierta para meterme sus pringosos deditos en la boca, que yo lamo como si fuera el manjar más preciado de todo el puto mundo. Viendo que mi cara empieza a ponerse del mismo color que mi glande decide soltar el cinturón y darme un respiro, supongo que porque descuartizar y ocultar un cadáver no entra en sus planes para hoy. Yo aprovecho para buscar un condón en mis cajones, pero ella me detiene diciendo que le importa una puta mierda así que volvemos a la carga. Se tumba encima de mí de un salto y empieza a cabalgarme al ritmo demente de una canción psycho. Me agarra el rabo con fuerza y se la mete hasta el fondo. Los dos nos inundamos de placer mientras bombeamos progresivamente, astiro ta amorruz, empezando suavemente y acabando como putos locos. Nos damos la vuelta, me tumbo sobre ella y se la vuelvo a meter entre sudores y gemidos. Seguimos bailando en la cama mientras sube la temperatura y los golpes y los espasmos aumentan de intensidad. Le lamo el sudor salado que le baja del cuello y le llega hasta las tetas y pierdo la cordura recorriendo con mi lengua sus duros pezones con sabor a morfina. Hundo mi pulgoso cuerpo de escombro en sus redondas curvas de algodón, dando forma a una bola de carne y fluidos que rebota por todos los lados antes de culminar en un géiser abrasador que revienta todo a su paso. Después de la explosión nos quedamos los dos tirados por los suelos, agonizando, sin poder mover un puto músculo por el cansancio y el exceso de fricción. Decidimos dejarnos morir en nuestro despatarre y volver a la carga con un nuevo amanecer.

La verdad es que fue una noche mágica. Durante un tiempo congeniamos bastante bien, quedábamos para salir, nos entendíamos, nos divertíamos, nos cuidábamos, nos follábamos... Fue la ostia. Teníamos los mismos gustos, los mismos intereses, las mismas perversiones. Pero no duró. Nada dura. Nadie dura. Todo el mundo sale huyendo cuando descubre mi auténtica personalidad, deseando no volver a cruzarse jamás con semejante espécimen. Un día, sin más, se cansó de mis chorradas y decidió mandarme a la mierda. No la culpo, solo era cuestión de tiempo. Solo deseo que no haya acabado con otro desgraciau como yo, porque me imagino que juntarse con alguien peor que yo es prácticamente imposible. Quizá decidió seguir su camino sola, sin tener que soportar a ningún despojo que le amargara la vida. Quién sabe... A veces me pregunto qué fue de Ella, a veces me gustaría saber dónde estará. A veces...

 A veces solo quiero pegarme un tiro.

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