¡Os odio! A todos vosotros, puta gentuza, que me tratáis como si fuera un puto kleenex re-usado e inseminado. Me siento explotado, abatido, agonizante, viendo como la maldita masa me devora sin pestañear. Vosotros me habéis empujado a esta situación, sino no habría tenido que idear lo que he hecho. Lo peor es que cuando mi obra haya salido a la luz, me diréis que estoy loco, tachándome de bicho raro, y me marginaréis. Eso, claro está, hasta que me muera, porque entonces pasaré milagrosamente a ser un visionario, un mito o incluso un Dios. Así funcionáis, estúpidos fanáticos, que se lo pregunten sino al difunto pero monstruoso Michael Jackson, que de ser un pederasta ha pasado a ser más divino que los (no)santos cojones del mismísimo Cristo.
Maldigo el día en el que decidí ponerle precio a mi arte para venderlo y en consecuencia, venderme. El trabajo de un artesano es tan especial y personal como sus propios genitales. Es como si por cada guitarra que he vendido les hubiera regalado un trozo de mi alma. Tocar una de esas maravillas es igual que palpar todo mi mundo, con toda su demencia. Como si por un instante pudieras tener sobre tus rodillas todas las locuras que me han convertido en lo que soy, todas las mujeres con las que he tenido el placer de fusionarme o todos los palos que me ha dado la vida. Es un ritual tan enriquecedor como estremecedor, Y en vez de eso, lo único que tenéis entre manos es un producto frío, fabricado en cadena, que solo guarda un símil irreconocible con aquella preciosidad a la que solía llamar "mi hija", hoy en día ultrajada y mancillada por todo tipo de engendros. Me ponéis enfermo. Más me habría valido pegarme un tiro hace tiempo, antes de haber traicionado todo en lo que creo. ¡Joder! Otro gitano cantaría...
Menuda desgracia la mía. El mejor y más grande artesano desde la época de Panso Kormazo, el rey de los supositorios de metal, ninguneado y pisoteado como si fuera un sin techo cualquiera. No ha habido otro maestro como yo, en lo que se refiera a creación de guitarras, ni Gibson, ni Peavey, ni Kakademy. ¡No me llegan ni a la altura de mis ladillas! Y en vez de estar sumido en la más placentera de las glorias, me encuentro en mi apestosa leonera diogenésica, rodeado de basura y trastos inservibles, entre los que me incluyo. Lleno de mezquindad, me dedico a soltar pestes sobre el mundo, disfrutando de mi antisocialidad como si fuera mi tesoro más preciado.
Pronto podréis admirar mi obra final, que os va a dejar el ano expuesto. Siempre me he rebanado los sesos tratando de crear algo único e inimitable. Me rompía las pelotas pensando a ver que coño podía hacer para dejar mi huella personal en la historia. Pero a la que presentaba una nueva genialidad, me salían siempre mil imitadores, con sus sucios cacharros herejes, que tiraban por tierra todo mi trabajo y mis ilusiones. Me he quedado sin ideas. Me las habéis succionado todas. Habéis convertido todo mi arte en odio. Por eso os condeno a una muerte horrible. Nos veremos en el infierno (que si es como yo creo que es será parecido al psicodelicioso Jardín de las Delicias) y cuando os vea atravesados por el mismo instrumento que me ensarta a mí, sufriendo como los perros desgraciados que sois, podré descansar al fin. Vuestro dolor apaciguará el mío, haciendo mucho más llevadera mi tragedia. Además, lo bueno es que nadie va a atreverse a imitar el fruto de mis paranoias, no va a haber hijo retraca de vecino paleto que tenga suficiente valor. ¡Por fin habré conseguido hacer historia!
Mi obra maestra está casi acabada, yo no puedo hacer más por ella. Es, sin duda, el más bello de mis retoños. Pero todavía no está acabada. Hay una labor pendiente que yo no puedo hacer y que he tenido que encomendar a otro artesano como yo, de la vieja escuela. Es algo complicado, extraño y muy meticuloso lo que ha de hacerse, espero que sepa comprender su importancia y su grandilocuencia. A mí, por mi parte, me queda el último trabajo por llevar a cabo, que es difícil de asimilar para la gente corriente, pero que es bastante común cuando toda tu vida pierde todo sentido. Además es necesario que lo haga porque tengo que dejarme mi cuerpo y mi alma en esta creación. Literalmente. Pasará algún tiempo hasta que os enteréis de todo el meollo, de lo que ha pasado en realidad y solo entonces podréis admirar mi magnificencia. Me despido de vosotros vomitándoos mi bilis y con la sincera esperanza de que os pudráis en el infierno. Acabaré mi nota de suicidio exprimiendo todo el odio de mis entrañas y expulsándolo para siempre. Ahora puedo descansar tranquilo. Me la machacaré como gran acto final y a pastar. Hasta nunca, ¡hijos de puta!