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domingo, 3 de mayo de 2020

Relatos vomitivos para mentes enfermizas

Denboa asko astakei iualai bueltak ematen ibili ta geo azkenian salgai dao nere aurreneko liburua: "Relatos vomitivos para mentes enfermizas". Hemen beyan dao azala ta linka.

Después de mucho tiempo dando vueltas a las mismas burradas, por fin está a la venta mi primer libro: "Relatos vomitivos para mentes enfermizas". Abajo está la portada y el link.


https://www.amazon.es/Relatos-vomitivos-para-mentes-enfermizas/dp/B087SLHCDD/ref=sr_1_1?__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&dchild=1&keywords=artza+bastard&qid=1588513767&sr=8-1


Laburpena / Sinopsis:

Lo que tienes ante tus ojos es un enorme trozo de mierda vomitado por un perturbado despojo. Sin más. Una aglomeración de basura literaria y humana con la que exudar todo tipo de paranoias mentales.


La maquetación corre a cargo de la gran Katy Molina.



martes, 12 de febrero de 2019

Llueve semen en mi jardín (IV)

"Llueve semen en mi jardín" de la antología erótica "Susúrrame entre las piernas"


Capítulo final: Post - pucio


Me despierto, esta vez de verdad, en una roñosa cama de un hospital decadente, rodeado de tubos y máquinas, de ojos y bocas que miran y hablan, pero que no significan nada para mí. Hay unos cuantos doctores a mi lado, visiblemente contentos de no encontrarse con un cadáver sobre la cama, supongo que porque así pueden seguir exprimiendo mi sangre un poco más antes de que muera. No paran de felicitarme y de decir lo contentos que están por mi recuperación y que harán todo lo que puedan para que esté mejor. Puesto que lo mencionan decido pedirles que me metan una sobredosis de cualquier cosa, para no sentir más dolor e irme en paz, pero me lo niegan porque les parece demasiado inhumano. Prefieren dejarme morir solo en mi dolor, en vez de hacerlo feliz y en mi mundo, solo por no tener que cargar con una mancha en su impoluta moral hipócrita. Dadme un buen chute joder, y dejad ya de alargar las vidas de la gente sin su consentimiento. Me preguntan por la familia, amigos, pareja... alguien que me haga compañía en mis últimas horas, a lo que no me digno ni a responder. Cómo va a soportarme nadie, si ni yo soy capaz de hacerlo. En ese momento me fijo en un ramo de flores que hay en una mesita al lado de mi cama, un poco reseco por el paso del tiempo, el cual, sorprendentemente, podría ser para mí, ya que por lo visto llevo tiempo atado a esta camilla en un estado casi comatoso por culpa de la neumonía, las fiebres mentales y los delirios. Pero... ¿quién coño me mandaría flores? ¿Quién puede acordarse de mí todavía? Pensaba que estaba completamente solo en este inmundo mundo, pero parece que me equivocaba. Puede que haya un antiguo amor esperando ansiosamente a que no me muera, o algún viejo colega que espera con la mano en la jarra desesperando para brindar conmigo, u otra bestia herida y maldita que lo único que quiere es no morir en soledad. Y, en un instante, ya no me siento tan deprimido. Me dan igual la tristeza, la soledad, los malditos matasanos y sus intentos de lobotomización... me importa una puta mierda ahora mismo. Hay alguien... Por fin puedo desconectar un poco de mi habitual odio propio para pensar algo positivo, en algo que podría alegrar ligeramente lo poco que me queda de vida. Por fin veo una luz que alumbre este jodido túnel y me haga ver que hay una pequeña posibilidad, una mínima esperanza de no acabar mi vida solo, deprimido y con ganas de morir como un perro apaleado y abandonando. La puta chusma sigue hablando sin parar sobre que estoy hecho una mierda, que tengo que cambiar mis hábitos, dejar mis vicios y que, resumiendo, estoy más muerto que vivo. Contengo mis ganas de escupirles a la cara con el único deseo de que se vayan pronto al infierno para que pueda ver de quién son las flores. Siguen soltando bazofia por la boca durante un buen rato, pero me cuesta tomarlos en serio, sobre todo cuando me miran con los ojos inyectados en dinero. Tienen una extraña mirada que sugiere que se quieren morir y, a la vez, me quieren asesinar. Les sigo la corriente sin escuchar ni lo que dicen, como se hace con los locos y empiezo a hacer ademanes de estar cansado. Parece que cogen la indirecta y deciden dejarme en paz, para que pueda poner fin a la puta incertidumbre. Pero, cuando me encuentro solo, me avasallan un montón de dudas, de temores, de miedos irracionales y absurdos que me impiden acercarme a aquello que claramente deseo, como si fuera una nueva forma de boicotearme a mí mismo. Medito profundamente sobre lo que debería hacer pero, como pensar no es lo mío, decido abalanzarme como un poseso a leer la puta tarjetita y lo que pone me deja muerto: “Para la mejor abuela del mundo. Esperamos que te recuperes pronto”. Menuda mierda, ni siquiera era para mí. Caigo rendido en la cama, derrotado, sin fuerzas ya ni para morirme, consciente de que estaré por y para siempre solo. Ese pequeño subidón que he experimentado antes ha servido únicamente para que la depresión de ahora sea mayor. Ni siquiera he tenido tiempo para ilusionarme ni fantasear. Solo el tiempo justo para que mi mente pudiera tener alguna clase de felicidad que poder destruir, por ínfima que sea. Decido esperar a que se haga un poco más de noche y a que haya menos movimiento en el hospital, para escaparme a hurtadillas de este horror camuflado de medicina en el que estoy recluido y poner fin a todo de una puta vez. 

Me levanto de mi cama pasada la medianoche y salgo de mi habitación lo más sigiloso posible. Los pasillos parecen desiertos así que me aventuro a vagar por ellos buscando la salida. Voy poco a poco explorando lentamente cada rincón, hasta que un par de médicos que están charlando en una esquina hacen que me detenga con un sobresalto. Me fijo en las ropas que llevo por primera vez y me doy cuenta de que así no voy a conseguir escapar, ya que parezco más un demente peligroso salido de un psiquiátrico que una inofensiva persona corriente que sale de visitar a un pariente. Decido volver por donde he venido, para ver si encuentro una forma de pasar desapercibido y me meto en la primera habitación que encuentro. Dentro mantienen caliente a un cadáver lo justo para que parezca que está vivo, pero no parece que funcione demasiado. Me pongo su ropa que está tirada en una silla, que consta de una añeja chaqueta con olor a muerto y unos pantalones de los que hacen tope con el sobaco y salgo de la habitación con total disimulo. Paso por delante de los médicos, que siguen cotilleando sobre algún pobre desgraciado, saludándoles amablemente, y sigo mi camino hacia la salida. Una vez fuera acelero el paso esperando oír tras de mí a una voz que me grite que me pare, pero me salgo con la mía. Me meto las manos en los bolsillos instintivamente, esperando encontrarme con mi habitual cajetilla destrozada de tabaco, pero me sorprendo al encontrar una billetera con almas de judíos impresos en papel con valor de 10.000 euros. Joder... a ver si al final va a resultar que es mí día de suerte y todo. 

Camino un buen rato por las oscuras y solitarias calles de la ciudad, hasta que encuentro un bar lo suficientemente turbio y deprimente como para que un despojo como yo no dé el cante. Me siento en la barra, que está repleta de perdedores como yo y empiezo a beber whixkys hasta que pierdo un poco la noción de quién soy. Me compro un par de paquetes de Winston, mientras la melodía “no es para ti, no es para ti, es para hombres” retumba en las paredes de mi cráneo, y me largo de ahí con un último trago en la mano. Me dirijo hacia Las Cortes, también conocida como “la calle de las putas”, para fundirme el dinero que me quema los bolsillos. Me cruzo con unos cuantos borrachos insoportables que afianzan en mayor grado el inmenso odio que siento hacia la raza humana y pasan por mi lado como si yo fuera de otra especie, cosa que no dudo, claro, viendo su comportamiento y sus pintas. Sigo caminando pensando en mis putas chorradas y evitando cruzarme con más gentuza como esa, pero parece bastante complicado entre tanto universitario alcoholizado. Casi acabo a ostias con unos spiteros mugrosos salidos de algún antro del inframundo, pero salgo corriendo antes de que me linchen y me roben toda la pasta. Llego a mi destino a duras penas, prácticamente muerto por el esfuerzo, y me decepciona el poco movimiento que hay en las calles. Para una vez que tengo dinero y no tengo que pedir fiado... Decido no pasar por los bares de gaupaseros de Bilbi, no vaya a ser que haya algún bastardo al que debería ignorar. Me adentro en Cortes dando tumbos, buscando en cada esquina un poco de alimento para mi alma, hago un alto a mitad de calle para echar la pota y, cuando levanto la cabeza, veo a lo lejos la silueta de una mujer que se confunde con la noche, cuyas largas piernas taconean una deliciosa melodía contra el suelo. Me acerco intentando ocultar los hilillos de bilis que me caen de las comisuras y la saludo sin abrir demasiado la boca, por si las moscas. Ella me responde cariñosamente y me llama cosas como “guapo” y “cielo”, palabras que ningún ser humano me las dirigiría sin tener una pistola apuntando a su nuca, o sin tener algún interés oculto. La acompaño hasta un ruinoso portal, que culmina en una casa aún más ruinosa, y me invita a ponerme cómodo.

― Puedes tumbarte en la cama si quieres. Espero que estés limpio...
― Pues la verdad es que no... pero no te preocupes. No quiero follar. Solo necesito un poco de compañía, no sentirme solo... 
― ¿Seguro? Yo te voy a cobrar igual eh.
― No importa. Solo necesito... yo solo... solo...
― ¿Estás bien? ¿No deberías ir a un hospital?
― Ni de coña. Con lo que me ha costado escapar. 
― Bueno... tú mismo con tu onanismo. 

Me agarra de los hombros suavemente, mientras me mira dulcemente a los ojos, y empieza a quitarme la chaqueta de viejo que llevo, dejando al descubierto la ropa de paciente, que hace que me sonroje un poco, pero a la que Ella le quita importancia con una sonrisa. Se quita la blusa, dejando en libertad sus dos preciosas tetas, y empieza a quitarse sus ceñidos pantalones vaqueros. Yo la sigo, dejando caer mis pantalones contra el suelo. Ella se asusta cuando ve mi radiante escroto forjado a fuego por las venéreas, yo me asusto cuando veo que el cipote que se trae entre las piernas es sobradamente mayor que el mío y nos echamos a reír. Una vez roto el hielo, me hace un gesto para que me tumbe en la cama, mientras saca un par de cervezas calientes y me pasa una. Charlamos plácidamente a la luz de la luna sobre la dureza de nuestras vidas, apoyándonos mutuamente entre susurros, confesiones y abrazos, mientras bebemos una tras otra todas las botellas que saca de su escondite. Ni siquiera hablamos de dinero. No parece importarle que vaya a cobrar esta noche o no, o quizá considera que soy fiable, cuando ni yo mismo lo creo, pero ni lo menciona. Pasamos una de las noches más agradables de nuestras vidas, sin hacer otra cosa que estar, dejando correr las horas hasta que el sol nos interrumpe con su odiosa alegría. Ella se disculpa para ir al baño a prepararse para una nueva jornada, y yo aprovecho el momento para escapar. Le dejo casi todo el dinero que le robé al viejo moribundo, porqué mi destino no va a cambiar solo por tener unos cuantos miles en el bolsillo, y se lo dejo en su mesita con una nota de despedida que también podría considerarse una nota de suicidio. Salgo de su casa a traición, casi corriendo, para alejarme de todo y poder morir yo solo, sin molestar ni salpicar a nadie. 

Me gasto todo el dinero que tengo en comprar provisiones, que al final se reduce a vino barato para soportar mejor el frío, y me dirijo hacia alguna fábrica ruinosa y abandonada de la zona de Olabeaga. Voy siguiendo la ría como lo había hecho tantas y tantas veces, la mayoría de veces completamente desfasado, despidiéndome mentalmente de todos aquellos lugares en los que he malgastado algunos de los momentos de mi vida. Me cruzo con los caminantes sin cerebro que pasean tranquilamente ajenos al sufrimiento humano, absortos en sus vidas de mierda y con sus expresiones de ausencia de vida propia, y me satisface al menos el saber que no tendré que volver a pasar por esto otra vez. Todos me miran con superioridad, pensando que son más que yo, cuando en realidad, son mucho menos. Menos personas, menos animales, menos decentes, menos locos y, en definitiva, menos humanos. Me encantaría despellejarlos a todos, quitarles toda la piel, todo ese exoesqueleto de basura que crean a su alrededor para sentirse más seguros, más aceptados, y mirar debajo a ver si son de carne como yo, de huesos como yo, de sangre y órganos como yo. Me gustaría saber si tienen alma, si todavía guardan dentro algún rastro de pureza o si por el contrario han corrompido sus entrañas por completo. Me encantaría poder hacerlo, de verdad, pero para eso tendría que relacionarme con gente, y eso es algo que odio demasiado. Tampoco sería mucho, solo hasta que murieran, pero ya me parece mucho. Si solo de pasar por su lado se me eriza el puto ojete. Prefiero aislarme de todo eso, de toda esa ponzoña que se contagian entre ellos, para no acabar como un puto descerebrado más en un mundo de lunáticos. Prefiero elegir por mi propia cuenta la forma en la que me extinguiré, como una bestia única y maravillosa que es acorralada y atormentada eternamente, a la que solo le queda la opción de rendirse y dejarse morir, ante la horrible perspectiva de dejarse cazar. O como un sucio y asqueroso zurullo que se pierde por un desagüe, sin que nadie sepa a dónde va a ir a parar, ni le importe, desvaneciéndose en un mar de desechos sociales donde se perderá para siempre mientras el mundo sigue girando y la mierda sigue rebosando. Sea como sea la decisión está tomada. Esta vez beberé de verdad hasta mi aniquilación, y no habrá vuelta atrás.

He encontrado un antro adecuado para mí, parece que lleve siglos destruido y está completamente lleno de basura, justo como yo. Me pongo cómodo entre la inmundicia, que me hace sentir como en casa y abro un Don Simón para entrar en calor. Me siento bastante bien en general, y conmigo mismo en particular, así que decido darme un respiro por una vez en mi vida e intentar llevarme bien con mis pensamientos hasta que se apaguen las luces. Dejo de pensar en todo, y dejo que el sonido del vino moviéndose sea lo único que me acompañe. Pero alguien fastidia mis planes. Parece que me he metido en la casa de otro vagabundo y que toda esta porquería pertenece a alguien. Me dice que no le gustan los extraños, y menos en su casa, pero en vez de echarme, me roba un trago, se sienta a mi lado y se pone a charlar. Me toca bastante las pelotas que hasta en el último momento haya alguien que me amargue la existencia, y empiezo a cabrearme, pero el tipo parece bastante hospitalario, me pasa un trozo de queso y un cuchillo y me dice que no me corte, lo que causa una reacción en mi mente distinta a la que Él esperaba, mientras acerca un bidón oxidado y hace una pequeña hoguera. Medito con mis demonios los pros y pros que tiene hacerlo, teniendo en cuenta que no sobreviviré más de unos días aquí en el mundo, así que me levanto y le clavó el cuchillo en el cuello. Él me mira sorprendido, como si quisiera entender qué pasa y por qué le hago eso, y solo pudiera responder a una de esas preguntas, mientras va cayendo al suelo lentamente. Primero de rodillas, luego a cuatro patas y, al final, muerto. Me quedo de pie delante del cadáver, extrañamente vivo por lo sucedido, intentando asimilar lo que acaba de pasar, pero sin dejar de sonreír ante el trozo de desperdicios humanos que yace ante mí. Miro como la sangre baja del cuchillo y se acumula en mis dedos, y siento que es como una especie de apretón de manos simbólico, en el que los dos nos presentamos como realmente somos. Empuño el arma una vez más, tentado por probar otro pecado más antes de morir, y le corto un par de filetes antes de que la carne empiece a descomponerse. Siempre había querido probar cómo sabe la carne humana y siempre me habían criticado por ello, como si asesinar a un animal no fuera igualmente cruel e inhumano. Ahora por fin tengo la oportunidad de hacerlo, sin que nadie me mire mal (excepto el cadáver dueño del manjar, claro) y sin pensar en absurdas consecuencias. Caliento los filetes en un par de varillas que encuentro por ahí y me las como, cómo un puto salvaje asombrado por la exquisitez de la carne de despojo. Después del banquete me tumbo al lado del fuego, al calor, y me pongo a esperar. Esperar que pasen las horas, los días, la vida. Esperar a que el fuego se apague y me deje solo una vez más, como preludio de lo que pasará con el fuego que alimenta mi alma. El tiempo pasa, el frío se hace con el control de mi cuerpo, mi cerebro poco a poco se apaga, mis sentidos empiezan a confundirse. Se acerca. Por fin, después de tanto tiempo. Está aquí...

Y lo único que tengo que hacer, es, dejarme llevar...

jueves, 7 de febrero de 2019

Llueve semen en mi jardín (III)

"Llueve semen en mi jardín" de la antología erótica "Susúrrame entre las piernas"


Capítulo 2: Nacer solo sirve para morir (Parte II)

La memoria vuelve a agitarse una vez más, transportándome de un lugar a otro, enseñándome cosas que no me interesan en absoluto y trayendo a la superficie pasajes que estaban olvidados y profundamente enterrados. Ahora estoy en un mugroso bar de Bilbi, más entrado en la adultez (ya que decir madurez sería ser demasiado generoso), en los míticos bares de gaupaseros que abren a partir de las 6 de la madrugada y en los que ni siquiera ponen música, pero que son los zulos idóneos para los que no tenemos donde caernos muertos, ni los que, por culpa de este puto spiz revienta cerebros, no podríamos dormir ni disparándonos con una escopeta. Me estoy poniendo unas filas en la misma barra, en la cara de un camarero con una mandíbula indomable que me mira mal solo porque no le he ofrecido una. Que se joda... Bastante me está estafando con una botella de pis de rata caliente por la que me ha clavado tres euros. Le hago un gesto para que me saque otra, a pesar de haberme dicho a mí mismo que no volvería a picar, y me meto el tiro que me entra hasta el fondo del cráneo. Le doy un trago al sacrilegio al que se atreven a llamar cerveza, para intentar empujar el veneno hacia abajo, que se desliza por mi garganta como si fuera un gramo de afiladas chinchetas. Cierro los ojos inconscientemente por culpa del dolor y, al abrirlos de nuevo, entre las luces psicodélicas y cegadoras me fijo en una muchacha que está a pocos metros de mí, sentada también a este lado de la barra y con aspecto de estar en otro planeta. Es bastante guapa y, teniendo en cuenta las horas que son, decido hacer una última intentona a la desesperada. Le digo hola todo lo cálidamente que me permite la voz de cadáver que tengo e intento entablar una conversación como toma de contacto, para saber si puede tener algún interés en mí o no. Es difícil saberlo, la verdad, porque con el zartako que lleva encima le cuesta concentrarse en algo que no sea su propia estupefaciencia, pero parece que le agrada mi presencia o, al menos, no le molesta. Empiezo a hablar de temas banales que quizá le interesen, como la música, el cine o la zoofilia, pero es casi imposible entender algo con tanto ruido y tanta droga. Tampoco parece que a Ella le importe demasiado, se la ve feliz en su mundo, pero yo necesito hablar y fumar más de lo que necesito respirar así que me levanto y le digo que me voy fuera, con la esperanza de que me acompañe. 

Una vez en la calle, me veo tan solo como me siento, pero decido no volver a ese maldito infierno y quedarme a echar un cigarro para que el frío congele mis neuronas, a ver si eso me baja un poco el colocón. La depresión se apodera de mí y medito la idea de largarme a mi puta casa a morir en paz, cuando veo salir del bar a la mujer de antes dando tumbos y con cara de haber corrido una maratón solo para poder salir de allí. Me sonríe cuando me ve y, aunque casi se cae de morros un par de veces, conseguimos subir por las típicas escaleras repletas de yonkis hasta un lugar un poco más apartado. Pasamos un rato hablando, aunque la verdad es que seguimos sin entendernos. Yo voy a mil por hora, no sé ni lo que digo ni lo que quiero decir y no creo que haya dicho nada con sentido en toda la noche; si me apuras, en toda la vida. Ella tampoco se aclara mucho, dice cosas inconexas, frases sueltas, locuras. No para de reírse, lo que me encanta, me hace sentir un poco mejor con mi mierda de vida. Intentamos charlar un poco más, pero cuando vemos que no somos capaces ni de quedarnos con nuestros respectivos nombres decidimos ponernos con algo más productivo. Nos besamos y, para mi sorpresa, sabe realmente bien. No es como liarse con un cenicero andante, que suele ser lo típico a estas horas, sino todo lo contrario. Sus labios saben a demencia, a fuego, a cadáveres de fresa con pepitas de suicidio. Mis manos arden al exponerlos al calor de su piel, pero es tan agradable que prefiero quedarme sin ellas que quedarme sin probar su delicia. Total, para lo que las uso, aprendería a masturbarme con las piernas y a cascarla (nunca mejor dicho). En un momento empieza a hurgar en sus bolsillos y yo, estúpidamente, pienso que se ha equivocado de piernas buscando las mías, pero saca una bolsita del pantalón con unos tripis en ella. Se pone uno en la lengua y me dice que lo coja con un sutil guiño de ojos, cosa que hago inmediatamente sin pensar ni medio segundo. Seguimos comiéndonos mutuamente durante un rato, oliéndonos, fundiéndonos, gustándonos, mientras poco a poco nuestro cerebro va asimilando las substancias que se cuelan en nuestro organismo intentando confundirlo. Mis sentidos se vuelven engañosos, me guío más por sombras y luces que por formas concretas, y me cuesta darme cuenta de si lo que estoy tocando es una mano o una teta. Pero sigo adelante. Con el tiempo me acostumbro un poco y recobro un poco la cordura. Aterrizo un poco, lo justo para sorprenderme de que estemos ya completamente desnudos y de que tenga un condón puesto para ponerme glande a la obra. Saca otro par de cartones de su bolsa, para que el viaje sea más espectacular y se me sienta encima, aplastándome las bolas con sus muslos. Se frota el chichi contra mi polla durante un buen rato, porque está como el puto hocico de Alf, tan arrugado y asustado que le cuesta ponerse dura. Pero cuando la necesidad aprieta el engendro acaba despertando. Me la agarra con la mano y se la mete en su coño deliciosamente húmedo. Cabalgamos. Despacio, suave, en maravillosa armonía de gemidos y movimientos. Poco a poco nos vamos calentando, subiendo de temperatura y volviéndonos más locos. Follamos. Rápido, con ansia, presos de una enfermedad que pide más y más, cada vez más fuerte, cada vez más rápido, cada vez más. Me dan mareos a veces, supongo que por estar viviendo en dos mundos a la vez, pero intento no pensar demasiado para que la hipnótica mecánica de nuestros cuerpos calme mi alma. Pero qué va...

Se levanta para cambiar de postura, se apoya sobre un banco cercano y se me insinúa para que la penetre como el sucio perro sarnoso que soy. Y es en ese instante, en el que noto la mirada de su ojete, que me recuerda aquel ojo divino que me protegía en aquellas noches de onanismo salvaje, en el que pierdo la cabeza por completo. Pierdo toda noción del espacio en el que me encuentro, todo se derrumba: las calles, las casas, mi cordura... Flotamos en una nube que se crea y desintegra a la misma velocidad. Oigo chillidos y ruidos raros que no consigo identificar, básicamente porque no puedo ver nada aparte de mi cuerpo pudriéndose sobre esta mierda flotante. Bueno, también puedo ver esas preciosas piernas bailando al son de la nada, contoneándose como un péndulo con olor a canto de sirena. Me acerco lentamente, hasta estar a la distancia reglamentaria, pero no consigo metérsela por mucho que lo intento. Miro a mi entrepierna y me encuentro que en vez de un rabo tengo cinco y que se mueven independientemente como gusanos venosos de cabezón púrpura. Intento agarrar a uno de ellos, pero no puedo, como si mis manos fueran de humo, que se desvanecen al mínimo movimiento. Esto es raro, al menos uno de esos cinco debería ser mío. O quizá no, no lo sé... Decido dejar de pensar en chorradas y acercarme a Ella, pero tampoco puedo tocarla; es como si estuviera hecha de lumbre y yo de humo. Me agazapo justo debajo de su coño para ver si al menos mi lengua funciona pero me quedo maravillado por la amplitud y la profundidad del agujero. Meto la cabeza dentro, como quien se mete a hurtadillas en un trastero y enciendo la luz usando la campanilla como interruptor. Se respira bastante tranquilidad aquí dentro, además del lógico olor a esquizofrenia que inunda toda la estancia y que me relaja aún más. Me adentro poco a poco en esta mágica caja de sorpresas, alimentándome de las sensaciones que chorrean las paredes vaginales, hasta que un ruido extraño me deja paralizado. Siento como se acerca hacia mí, se oyen pisadas rápidas y cada vez más cercanas que me hielan la sangre. Decido cerrar los ojos para no tener que mirarle a la muerte a la cara y aguanto la respiración durante unos interminables instantes. Parece que era una falsa alarma, ya que todavía no he muerto y no siento ninguna presencia hostil. Pero al abrir los ojos me encuentro cara a cara con un monstruo deformado y desfigurado, con el cráneo abierto, la cara derretida y con los ojos y la boca cosidas con cuerdas de piano, de modo que al intentar chillar se tensan y emiten una melodía terroríficamente punzante. Salgo escopetado del interior del coño como alma que lleva el diablo entre las piernas, pero no veo nada, solo sangre. Estoy completamente cubierto de sangre menstrual, empezando desde la cabeza hasta los pies, para subir por la espalda hasta llegar otra vez a mi cabeza. Un torrente ovular que me trastorna a la vez que me protege. Trato de escapar de este loco torbellino como sea, pero el río rojo nunca para de fluir. Me trago toda la sangre, que tiene un delicioso sabor a fetos muertos, y noto como me baja directamente a mi polla. Ahora sí que está dura, ahora sí que puedo sentirla. Lo que no puedo es controlarla. Tiene vida propia el cabrón y no parece querer hacerle caso a una desgracia humana como yo. Intento agarrarlo, apoderarme de él, pero el muy jodido me pega un mordisco que casi me arranca un brazo. Qué ostias... no recuerdo que hubiera dientes ahí... Supongo que será producto de los ríos de LSD que corren por mis venas, pero, joder, duele de verdad. Intento centrarme, tratando de pensar en qué coño puede estar pasando, en vez de fiarme de lo que veo que está pasando. Pero la abominable bestia sigue mordiendo como un poseso, ajena a mis pensamientos, comiéndose mis piernas, mi escroto, mis entrañas, mi alma y mi cerebro. No ha dejado nada vivo el cabrón, me ha desintegrado...

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Abro los ojos y solo veo oscuridad, los cierro y se hace la luz. No sé dónde estoy, no sé qué me pasa. No puedo separar la realidad de la ficción, los recuerdos de las paranoias, la cordura de la demencia. No siento mi cuerpo, como si hubiera trascendido a una forma más sofisticada y mejorada, una en la que mi ruinoso cuerpo físico no sea un lastre para mi mente, y pueda desarrollar todo su potencial autodestructivo. Siento la curiosa alegría de la inexistencia, que, cansado ya de la agonía que supone el vivir, me facilita en cierta medida el soportarme a mí mismo. Aunque tampoco sirve de mucho. Mi mente se hunde enseguida en un mar de pensamientos nefastos y desgarradores sobre la mierda de vida que llevo y llevaré por los siglos de los siglos. No sirvo ni para que me maten. Intento chillar con todas mis fuerzas, pero es inútil, no tengo boca por donde expulsar sonidos. Solo soy un fantasma perturbado observando a la nada. O quizá soy la nada obsesionada con mis fantasmas del pasado, atormentada con la idea de desvanecerse como si ni siquiera hubiera existido. Solo soy una abominación que nunca debería haber tenido lugar. 

Cierro los ojos...

Cuando los abro estoy en una casa que no es la mía, follando con una preciosa mujer sobre la mesa de la cocina. Estamos a tope ya, jadeando como bestias y sudando como si el semen se eyaculara por los poros. Tiene unas tetas maravillosas que no paro de apretar y toquetear, mientras ella me araña la espalda con sus garras hasta que brota la sangre. Seguimos con la danza hasta que prácticamente me quedo sin aliento o, bueno, mejor dicho, hasta que su marido llega y me mete un puñetazo. Salgo disparado por la ventana desde un quinto piso y caigo de cabeza contra el suelo que, justo al chocar, se convierte en una mullida cama con una fabulosa mujer de plástico. Esta sucia, rota, llena de pegotes y en plena decadencia, igual que yo mismo. Supongo que por eso nos llevamos bien. Por eso, y porque no es capaz de odiar. La cabalgo tranquilamente, sin la necesidad de tener que cumplir y sin el miedo de quedar en ridículo. La temperatura sube hasta tal punto que ella explota de repente. Se me pega el plástico a la piel, me quema, me desfigura, se fusiona conmigo para que juntos engendremos un monstruo. Me hago una bola de fuego en la cama, que no puede con el calor y empieza a agujerearse por el medio. Yo caigo por el boquete envuelto en mis sábanas, de forma que parezco una enorme y pegajosa gota de esperma negro que se desliza por la pared. O como la pota negra que cae por la barra del bar en el que estoy, liberada por un desgraciado que bebe a mi lado. Me largo al baño para no tener que ver el percal y me encuentro con una adorable mujer empolvándose la nariz. Le pido un poco con mi mejor cara de galán, que se parece mucho a la pinta que tiene mi ojete cuando me agacho y abro las nalgas y, sorprendentemente, me invita a que la acompañe al cagadero. Cierro la puerta tras de mí y Ella se agacha para ponerse a currar. Lo hace del modo en el que con su culo me empotra contra la puerta, haciéndome ver las estrellas en el techo lleno de pintadas de yonkis. Estoy perdiendo el sentido y lo nota, porque me mira viciosamente mientras menea sus malignas posaderas y me guiña su ojo derecho. La agarro por las caderas y le sigo el ritmo lo mejor que puedo con el pedo que llevo, mientras nos frotamos hasta que consigo palpar el cielo con mi prepucio. Follamos como bestias dementes y descoordinadas durante un rato, pero mis eskrotislavos no tienen ganas de esperar y se lanzan al ataque enseguida. Me la saco para maniobrar con la marcha atrás, pero cuando me corro no sale espuma, sino que sale una flor blanca y retorcida con un escarabajo pelotero en la punta. El puto bicho tiene cabeza humana, la mía para ser exactos, y, antes de que pueda preguntarme porqué, vomita un extraño tubérculo con forma de corazón, del cual florece un esfínter con dientes y peluca. Me acerco para coger en mi mano a este nuevo coleguilla, pero antes de que me agache decide inmolarse solo para no tener que tocarme. La explosión me desintegra, una vez más. Cuántas veces tiene uno que desvanecerse para morir, joder...

Vuelvo en mí una vez más, completamente desorientado, tirado por los suelos, llorando lágrimas de absenta que impactan contra el suelo de plomo. Noto miradas acusadoras, insultos silenciosos y dedos que me señalan en las tinieblas. Hay un fantasma flotando en el cielo, idéntico a mí, que observa todos mis movimientos y disfruta viendo todos mis lamentos. La obscuridad poco a poco me va abandonando, permitiendo que pueda apreciar un poco mejor lo que me rodea. Estoy en una estancia lúgubre, tenebrosa, húmeda y maloliente, pero, claro, con esa descripción lo mismo podría ser un ojete que mi habitación. Hay una mesa justo en la mitad, con el cuerpo tumbado (y desnudo) de una mujer encima de ella. Me acerco y le acaricio los muslos pero el tacto frío y hostil hace que aparte la mano. Sigo tocando su cuerpo, subiendo poco a poco, turbándome más a cada paso. Mis sospechas se confirman cuando llego a la cara y me topo con que ni se mueve ni respira. Me acabo de follar a una muerta...

Después de soltar todo mi arrepentimiento en forma de vómito radiactivo, me siento en el suelo para tratar de asimilar lo que acabo de hacer, con tanta mala suerte que me poso sobre las entrañas evisceradas de la pobre muchacha, que tiene un boquete en la tripa tan grande que me extraña no haberme dado cuenta antes. Me levanto del suelo con su alma pegada al culo, fabrico una especie de soga con sus intestinos, abrazo mi cuello con ella y me ahorco. Me quedo colgado como un zurullo, mirando al infinito, deseando que la cuerda no se rompa antes de que deje de respirar. 

En unos pocos segundos la vida abandona mi cuerpo infecto...

sábado, 2 de febrero de 2019

Llueve semen en mi jardín (II)

"Llueve semen en mi jardín" de la antología erótica "Susúrrame entre las piernas"


Capítulo 2: Nacer solo sirve para morir (Parte I)


Cuando despierto estoy sobre una habitación casi tan destartalada como la mía, volando sobre ella como un ente fantasmal y omnipitudo, espiando como un sucio voyeur lo que ocurre entre esas cuatro paredes. Veo a un hombre, visiblemente borracho, quitando las alpargatas a una mujer, notablemente alcoholizada, y lamiendo los dedos de sus pies con máxima delicadeza. Empieza a subir por las piernas, despacito, barriendo con su lengua todos los pelos que se encuentra en su camino, hasta llegar a la zona de la entrepierna y desenvolver ese regalo húmedo brindado por los dioses. Siente el maravilloso calor que desprende su coño al quitarle las bragas con la boca, que se cuela por su nariz hasta su alma, y que pone en marcha las poleas que hacen funcionar la maquinaria escrotal. Su rabo se pone tan duro que intenta escapar a gritos de su mazmorra y da el primer aviso haciendo saltar por los aires el primer botón del pantalón. La lengua de Él recorre los labios buscando el clítoris, que lo encuentra inundado de placer, mientras Ella le clava las garras en su cráneo y aprieta las piernas, hasta casi explotarle la sien. Ella le saca la cabeza de entre las piernas, y se encamina hacia su nardo, reptando entre las sabanas como una lasciva culebrilla. Lo encuentra y lo saca de los calzoncillos, mientras escupe en el glande y se lo mete en la boca. Acaricia todo el miembro con la lengua, lamiendo también sus arrugadas pelotillas y saboreando toda su zona fálica con aroma a requesón. Él está a punto de perder el sentido, así que le aparta rápidamente antes de descargar, para ponerla en la única postura políticamente correcta de la época y empezar a follar salvajemente. Me estoy poniendo un poco cachondo, la verdad, si no fuera un espectro sin genitales ya me la estaría cascando, aunque algo dentro de mí me dice que esta escena me debería resultar familiar, y que masturbarme con la imagen de mis padres fornicando para engendrarme es horrorosamente perturbador. Que asco... no me había dado cuenta. Con la de veces que me habían contado esta historia (bueno, no exactamente esta parte), pero, coño, debería haberlo visto venir. Joder... un trauma más para la colección. 

Después de un buen rato de follisquearse mutuamente y, justo cuando la eyácula va a ser derramada, me transporto dentro del escroto de mi padre, donde, junto a un gran número de luchadores eskrotislavos, inicio mi brutal carrera hasta la fortaleza clitoriana en la que mi ADN de engendro se mezcla con genes de ser humano para gestar la enorme abominación que soy hoy. Estos sí que eran tiempos felices, tiempos de paz. Sin traumas, sin problemas mentales, sin depresiones, sin una conciencia llena de bilis que te hunde en la mierda a cada paso. Solo un feto aberrante y sin cerebro que espera plácidamente a que empiece su apocalipsis personal. 

Esa espera culmina con el nacimiento de un ser despreciable y repulsivo, que apenas consigue sobrevivir lo justo para llegar al final del día. Una patética aglomeración de deshechos inhumanos puestos al servicio de la más completa ignorancia. Como un saco de mierda que se tira por un rascacielos, que pasa su existencia cayendo al vacío y que al llegar ensucia a todos los que están cerca. Es una buena definición de mi vida, la verdad, aunque me duela admitirlo. Mi infancia fue relativamente feliz, o eso creo, ya que hay muchas cosas que no recuerdo, perdidos en el mapa de la memoria o exterminados bajo el deterioro de mi cerebro toxicómano. Supongo que fue la época más agradable, aunque fue cuando se crearon todos mis traumas, mis miedos irracionales y absurdos que poco a poco fueron cogiendo conciencia dentro de mí y se convirtieron en los demonios que hoy me acompañan. 

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La siguiente escena que visito en calidad de mirón tiene como protagonista a un niño pervertido y con cara de loco, que solo puede tratarse de mí. Estoy jugando con mis mejores amigas de aquel entonces, las ratas muertas, toqueteando sus genitales cadavéricos y experimentando con ellos. Me acuerdo de esto porque una de ellas no estaba muerta de verdad y me pegó un mordisco de la ostia. Me contagió de todo, estuve a punto de morir. Me pusieron un montón de vacunas y me encerraron en mi habitación, como si fuera un leproso cualquiera que solo visitaban para darle los alimentos y los chutes necesarios para que no se muriera allí mismo. Y nada más. Tuve que aprender a divertirme por mi cuenta, creando amigos imaginarios con los que no conseguía llevarme bien y fantasías absurdas en las que nunca salía bien parado. Pasé años en esa sucia mazmorra, sin saber siquiera cómo suicidarme, hasta que descubrí las pajas. Eso sí que fue un hito en mi vida. Algo que podía hacer sin la ayuda de nadie, que me sentaba bien y que me ayudaba a sacar todo el veneno que guardaba dentro. Sucedió de manera natural, me puse a mirar unas revistas que le robé a mi padre cuando era niño y sentí la llamada de la naturaleza. Tenía un par de Playboys y un par de Jara y Sedal y, obviamente, elegí la que alberga a esos seres maravillosos tan místicos como excitantes que son los animales. Había una gacela, grácil y majestuosa, persiguiendo a un cocodrilo (o eso creo), que me miraba con su ojo trasero, como si fuera una lente celestial que se mete dentro de ti y te revela cuál es tu misión. Yo la mía la cumplí religiosamente todos los días y todas las noches, sin faltar nunca mi designio divino, hasta tal punto que la revista se convirtió en piedra santa de tantas poluciones voluntarias. 

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Las imágenes de mi mente se perturban y fusionan, cambian con el tiempo. Sin que siga una línea temporal clara, me transporto entre las experiencias odiosas y los recuerdos de mierda que componen mi vida. Ahora vuelvo a estar en la calle, solo que con más granos en la cara y más pelo en las pelotas, pero con la misma falta de cerebro, bebiendo una litrona sentado en una esquina. Espero a que vengan “mis colegas”, que, a pesar de que les llame así, no lo son. Solo son gente que todavía no me odia lo suficiente como para expulsarme del grupo, cosa que aprovecho para beber con ellos y no sentirme solo, hasta que estoy tan borracho que me da todo igual y me pierdo con mi locura. Me acuerdo de esta noche. Tardaron tanto que para cuando llegaron ya me había ido a vomitar a otro lado. Y, como lo suponía, ahí voy, dando tumbos a cualquier esquina apartada, para soltar en paz todas mis entrañas y entrar en un estado de coma cerebral, que es interrumpido (después de un buen rato) por una preciosa muchacha preocupada por mi aspecto de cadáver prematuro. 

― Estás hecho mierda, tío, ¿sobrevivirás?
― Supongo...
― ¿Y tus amigos? ¿No deberían estar contigo?
― Mis únicas amigas son las ratas. ¿Y las tuyas? ¿Dónde están tus colegas?
― A mí ni las ratas me soportan.
― Pues a mí me falta mucho para llegar a ser una rata. Podría funcionar.
― Podría... ¿Quieres dar una vuelta a ver si te aireas las neuronas?
― Vale... intentaré no morirme por el camino.

Damos un paseo por la playa, que casualmente está justo al lado de la zona de bares. Aprovecho que estoy hecho mierda para, con la excusa de no caerme de morros, cogerla de la mano y olvidarme de mis problemas. Ella accede y nos vamos alejando del barullo poco a poco, hasta llegar a una parte en la que no hay ningún signo de vida. Nos tumbamos en la arena y comenzamos a besarnos. Se me empieza a poner dura enseguida, sobre todo cuando mete su mano en mis pantalones, y, por un momento, siento miedo de no dar la talla. Eso me tensa un poco y me quedo un instante pensando en mi mundo, lo que Ella aprovecha para acercarse a mi paquete y mordisquearme los huevos. Se mete mi polla en la boca, la lame por todos lados y se la traga hasta el fondo. Me mira con cara pícara, buscándome con los ojos, pero solo se encuentra a un cenutrio con los ojos en blanco que no es capaz ni de cerrar la boca para no babear. Al ver el percal, me pega un tortazo en toda la cara que me tira al suelo. Se levanta, se quita las bragas y se sienta en mi cara. Empiezo a lamerle el coño como si tuviera alguna idea remota de lo que tengo que hacer, que, aunque no la tenga, parece que funciona. Ella empieza a revolverse, a temblar sobre mi cara y a gemir suavemente como una auténtica maravilla, lo que me pone más pitudo de lo que he estado nunca. La aparto como puedo, me pongo un condón que seguramente lleve siglos caducado, y empiezo a acariciar su raja con mi glande suavemente, para después penetrarla poco a poco. Nos ponemos con el baile del ciempiés humano, al ritmo del bombo que mi escroto y sus nalgas crean al golpearse, acelerando a cada compás y convirtiendo algo místico y precioso en algo descoordinado y compulsivo. Llegamos al clímax, sudando como bestias, y, justo en el mismo momento de correrme, me entran unas arcadas incontrolables que hacen que pote sobre su espalda. Cuando se da cuenta me mira con una cara de odio que me aterra, pero cuando me acerco para pedirle perdón me vomita en toda la cara. Aún hoy puedo sentir sus tropezones en mi boca. Como era de esperar, nos fuimos cada uno por su lado y no nos volvimos a ver. 

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Luces extrañas empiezan a revolver mi cerebro, buscando en mi subconsciente algo a lo que aferrarse. Empiezo a ver sombras, oír lamentos y a sentir punzadas en todos los rincones de mi mente. Las imágenes que veo empiezan a distorsionarse un poco, supongo que es porque me toca revivir mis épocas de mayor alcoholismo. Me encuentro a mí mismo tirado como una garrapata sobre el sofá de mi casa, mi kobazulo, mi caverna; fumándome el subsidio en papeles de L mientras me masturbo viendo películas gore y documentales de La 2. Bebo hasta la total aniquilación de mis neuronas, que tienen la suerte de pasar a mejor vida mucho antes de que llegue el colapso de mi organismo, librándose de sufrir la lenta pero inevitable decadencia de mi cuerpo. Vivo prácticamente en la inmundicia. Hasta un vertedero sería un lugar más habitable que este, al menos habría más normas de higiene que en este antro en el que malvivo. Desde la posición privilegiada que me otorga estar sobrevolando la escena, puedo apreciar cómo se están creando costras que unen mi piel con la mugre que habita en mi sofá, haciéndome uno con la naturaleza muerta que me acompaña. También puedo ver cómo me rasco las pelotas eternamente, sin hacer otra cosa que luchar para respirar entre tanto humo, aunque, claro, no me hacía falta verlo, porque lo he vivido en mis carnes. Lo que no sé es por qué tengo que revivir todas las putas mierdas que he hecho hasta ahora. Como si tuviera algún interés para alguien, si no me importa ni a mí. 

Parece que hay movimiento en la sala. Para cuando me doy cuenta he empezado a desplazar toda la basura a otra habitación y a intentar adecentar lo inadecentable. Es gracioso verme todo eskizo de repente, corriendo de un lado a otro cargando con toda la mierda, sin malgastar ni un segundo en descansar o pensar en lo que estoy haciendo. No hay duda, este inusual arrebato contra la indigencia solo puede estar causado por una cosa: estoy esperando un coño. Me echo una duchaja rápida, para evitar posibles riegos prematuros, machacando sin clemencia al puto calvo para que segregue su particular sangre blanca. Me pongo mis habituales gayumbos agujereados del revés, por culpa de los nervios y las prisas, me embuto en unos pantalones llenos de mierda y me pongo la camiseta más kinki que tenga, una tan desgastada que se transparentan hasta mis costillas. Intento parecer lo más decente posible (cosa harto difícil, ya que mi elegancia reside en la falta de elegancia), como si para ligar bastara con la ropa y las apariencias y no importara más mi cara de puto perturbado mental que asusta a todo el mundo. Salgo de la habitación camino al baño justo cuando suena el timbre. Vaya... ahora además de no correrme precozmente tendré que intentar no cagarme vivo. 

Abro la puerta con cinco kilos de mariposas muertas en mi estómago y con un inquietante cosquilleo en el ojaldre. Y allí está Ella, tan rara como preciosa, mirándome con sus pícaros ojos rojos y sus rastas. Es una mujer increíble... Lleva esos pantalones de cuero que tanto me gusta quitar, además de su agujereada camiseta de Eyaculación Post-Mortem que a veces permite que algún pezón salga a investigar el exterior. Me aparto un poco para que pueda pasar, pero no demasiado, para poder absorber bien su aroma de mujer salvaje, mientras Ella menea sus caderas hacia el interior de la casa. Se sienta y saca un par de birras. Me pasa una a mí, que todavía estoy medio atontado por su presencia, y empezamos a charlar. Hablamos sobre música, bebemos, nos besamos, bailamos, nos drogamos, reímos, jugamos, fumamos... Las horas pasan volando. Tanto, que el sol nos sorprende por la mañana mientras seguimos con los pre-preliminares. La gran bola de fuego tiene una boca igual de glande, desde la que nos grita la frase “¡a follar!” una y otra vez. Nos miramos con una mezcla entre asombro y lujuria, nos cogemos de la mano y vamos corriendo a mi habitación. Cuando llegamos me tira bruscamente contra la cama y se tira encima de mí. Los gritos del sol siguen entrando por la ventana y nos mira con cara de pervertido, así que decidimos dejarle mirar y que se deleite con nuestra suciedad. Tiempo después supe que no se trataba del sol, sino un vecino del edificio de enfrente, y que no gritaba para nada lo que nosotros creíamos, pero esa es otra historia que ahora mismo no viene al caso. Estamos serpenteando entre las sabanas intentando no rompernos el espinazo haciendo un 69, de manera que los dos podemos sentir el hedor que sale de nuestros anos. Yo me hundo por completo en el abismo de su genitalia, llenándome la cara con sus flujos hasta el punto de no poder respirar, que es cuando doy lo mejor de mí, inmerso en mis espasmos esquizofrénicos.  Ella, por su parte, se entretiene relamiendo mi paquete, desde la zona del bacon hasta la puntita, causándome escalofríos cada vez que su lengua toca mi piel. Aguantamos un rato en esta postura, hasta que casi pierdo el sentido y me aparto de ella a punto de morir. Me pongo a cuatro patas, preparado para expulsar el alma por la boca, momento que ella aprovecha para darme unos azotes con un cinturón de pinchos que encuentra en el suelo. Dice que no va a parar hasta hacerme sangrar, sin que importen una mierda mis gritos, y me revienta las nalgas con todas sus fuerzas. Duele un huevo, pero al menos ha hecho que me olvide de las arcadas. Me doy la vuelta y me despatarro ante ella, para que me dé un latigazo en los cojones, sin pensarlo demasiado, claro, ya que se me clava uno de los pinchos en el escroto y empieza a sangrar profusamente. Le digo que me importa una puta mierda al mismo tiempo que cojo el cinturón y me lo pongo en el cuello para que pueda estrangularme. Ella me mira con lascivia, agradada por la idea y empieza a apretar poco a poco. Con una mano me estruja el pescuezo mientras con la otra se toquetea el clítoris. Yo intento cascármela como puedo, aunque tengo que admitir que me cuesta bastante por la presión ascendente que siento. Ella aprovecha que estoy agonizando con la boca abierta para meterme sus pringosos deditos en la boca, que yo lamo como si fuera el manjar más preciado de todo el puto mundo. Viendo que mi cara empieza a ponerse del mismo color que mi glande decide soltar el cinturón y darme un respiro, supongo que porque descuartizar y ocultar un cadáver no entra en sus planes para hoy. Yo aprovecho para buscar un condón en mis cajones, pero ella me detiene diciendo que le importa una puta mierda así que volvemos a la carga. Se tumba encima de mí de un salto y empieza a cabalgarme al ritmo demente de una canción psycho. Me agarra el rabo con fuerza y se la mete hasta el fondo. Los dos nos inundamos de placer mientras bombeamos progresivamente, astiro ta amorruz, empezando suavemente y acabando como putos locos. Nos damos la vuelta, me tumbo sobre ella y se la vuelvo a meter entre sudores y gemidos. Seguimos bailando en la cama mientras sube la temperatura y los golpes y los espasmos aumentan de intensidad. Le lamo el sudor salado que le baja del cuello y le llega hasta las tetas y pierdo la cordura recorriendo con mi lengua sus duros pezones con sabor a morfina. Hundo mi pulgoso cuerpo de escombro en sus redondas curvas de algodón, dando forma a una bola de carne y fluidos que rebota por todos los lados antes de culminar en un géiser abrasador que revienta todo a su paso. Después de la explosión nos quedamos los dos tirados por los suelos, agonizando, sin poder mover un puto músculo por el cansancio y el exceso de fricción. Decidimos dejarnos morir en nuestro despatarre y volver a la carga con un nuevo amanecer.

La verdad es que fue una noche mágica. Durante un tiempo congeniamos bastante bien, quedábamos para salir, nos entendíamos, nos divertíamos, nos cuidábamos, nos follábamos... Fue la ostia. Teníamos los mismos gustos, los mismos intereses, las mismas perversiones. Pero no duró. Nada dura. Nadie dura. Todo el mundo sale huyendo cuando descubre mi auténtica personalidad, deseando no volver a cruzarse jamás con semejante espécimen. Un día, sin más, se cansó de mis chorradas y decidió mandarme a la mierda. No la culpo, solo era cuestión de tiempo. Solo deseo que no haya acabado con otro desgraciau como yo, porque me imagino que juntarse con alguien peor que yo es prácticamente imposible. Quizá decidió seguir su camino sola, sin tener que soportar a ningún despojo que le amargara la vida. Quién sabe... A veces me pregunto qué fue de Ella, a veces me gustaría saber dónde estará. A veces...

 A veces solo quiero pegarme un tiro.

domingo, 20 de enero de 2019

Llueve semen en mi jardín (I)

"Llueve semen en mi jardín" de la antología erótica "Susúrrame entre las piernas"


Capítulo 1: Pre - pucio


Llueve semen en mi jardín, como lágrimas espesas de dolor concentrado, mezclándose con los copos de nieve que caen al anochecer, que, al impactar contra el suelo, suenan como pequeños gritos de auxilio que nadie quiere oír. Me abrazo a la soledad mientras me sacuden los últimos espasmos, que van muriendo poco a poco, hasta abandonarme por completo ante mi deprimente cargo de conciencia. Me despatarro en la cama entre los antiguos vestigios de pasados frenesís onanistas de los que no me separaré jamás, como un cerdo que se revuelca en su propia mierda y disfruta de su inmundicia. Me topo con la suplicante mirada de mi cipote, que me mira con su agujerillo lloroso mientras se desinfla y pierde toda su energía, implorando por una muerte digna y rápida, ya que las esperanzas de tener una vida decente han desaparecido de su mente, mientras se resguarda una vez más en su madriguera acompañado de sus amigas las venéreas. Empiezo a llorar, esta vez por los ojos, sin poder hacer frente al aluvión de mensajes hostiles y deprimentes con las que mi mente me ametralla, demostrando una vez más que no hacen falta enemigos cuando te odias a ti mismo. Me levanto a duras penas de la cama, tropezando con un montón de botellas de whisky vacías y me asomo por la destartalada ventana de mi habitación, que no tiene ni un solo cristal entero. El aire que se respira me sienta realmente bien, me refresca un poco la mente y se lleva consigo mis lágrimas que, aunque sean minúsculas, suponen un peso insoportable para mi alma. Encuentro la compostura suficiente como para salir a la cornisa y tirarme al vacío ayudado por un suave “salta” que mis demonios me susurran al oído, para caer al suelo como un saco desnudo y mohoso lleno de mierda. No muero con el golpe, obviamente, porque saltar de un primero a una montaña de basura no te deja ni un simple rasguño, pero me quedo inmóvil en el suelo, incapaz de mover un músculo por culpa de mi deteriorada salud mental. Mejor. Así me quedaré aquí esperando que la muerte venga a ponerle fin a todos mis problemas. Con el frío que hace en este puto invierno seguro que llega enseguida. Creo que es el mejor plan. Además, empiezo a estar cansado... Voy a intentar dormir un poco...




domingo, 29 de octubre de 2017

Amasijo

Despierta.

Abandona los plácidos sueños de tu cerebro comatoso para hundirte una vez más en la agonía de un nuevo día. Borra esa sonrisa de tu cara. El deber te llama, tu patético cometido como parte de este puto ciempiés humano te está esperando. No podemos permitir que falle ni una sola pata, pues supondría el colapso total de nuestra forma de vida, la cual está avalada por vuestros futuros cadáveres, asegurando el sistema con la energía renovable más limpia jamás obtenida: carroña humana. Vende tu vida y esclaviza tu alma voluntariamente, ya no por dinero, o por ansias de poder, sino por sumir tu horrible existencia en una infelicidad completa y descerebrada, para que no tengas que pensar en las cicatrices que dejan nuestros latigazos, ni te percates de los hilos que mueven tus perturbados instintos. Lobotomiza tu mente con drogas de mentira, amores de plástico y cultura podrida; malgasta tus energías viviendo las vidas de los demás, para que al finalizar la jornada no te queden fuerzas para pensar en la mierda de vida que llevas, ni de lo poco que te queda para estar bajo tierra.

Deja de pensar, deja de soñar. Has perdido la guerra. Estás condenado como persona, estáis condenados como especie. No puedes ni llegar a ver la mierda que te rodea, porque estás tan metido en ella que es la única realidad que conoces. Y es mejor así, créeme. La mayor virtud del ser inhumano es la ignorancia, es la que permite que el mundo se mueva, que la sociedad avance. Bueno, la ignorancia, la esclavitud, la muerte, la opresión, la guerra, la violencia, el odio... básicamente cualquier cosa que sirva para joder al de al lado, a veces porque es diferente, a veces porque es demasiado parecido o incluso por el simple hecho de ser humano. Porque aunque os cueste admitirlo, ya que estamos en una era en la que os creéis muy guays, las personas somos malas por naturaleza. Venimos de la más inmunda de las basuras radiactivas que jamás haya cagado nuestro puto planeta, y nos dirigimos al abismo en picado. Es curioso, mires a donde mires en la historia solo se ve decadencia, tecnológica e intelectual si miramos al pasado; y decadencia del alma y la humanidad si analizamos el futuro. Como si el presente fuera un agujero enorme flanqueado a los lados por dos barrancos aún mayores. Entonces, en qué ha consistido el progreso? Pues en idear formas de torturar a los de tu misma especie, básicamente. Quitar unos grilletes para poner otros, cada vez más imperceptibles, cada vez más sutiles, pero a la vez más mortales. Solo para ofrecerte una falsa sensación de libertad e independencia, mientras estás de rodillas con la cabeza pegada al suelo, y los labios sangrantes de tanto besarnos los pies.


El tiempo aniquilará cualquier esperanza de que haya algún cambio, al menos a mejor, y poco a poco irás muriendo para dejarle sitio a nuevos esclavos mejor preparados, que dejarán sitio a su vez a otros mejor descerebrados, y seguirá así hasta que la situación sea insostenible, cuando el cáncer de la humanidad esté tan extendido que solo se pueda parar con ácido. Llegado el momento, lo más probable es que unos pocos exterminemos al resto del planeta, solo porque será la opción más rentable. Y entonces, después del holocausto global, cuando la Tierra sea poco más que polvo y huesos, cuando la sangre vuelva a fluir libre por los ríos y cuando la carne que te compone vuelva a su estado natural de mierda, del amasijo de mugre y bazofia que realmente eres, será cuando por fin estará nuestra especie reconectada con su esencia ancestral. Sin aires de grandeza, sin soberbia, formando parte de una masa compuesta por una enorme variedad de excrementos sin valor. Que es exactamente lo que somos. 

Aportación para Psicoclavo Fanzine

jueves, 28 de septiembre de 2017

Azkuna The Enpalatxaile

Una vez más, me la pone todo dura el admirar la enorme grandiosidad de mi reino apalancado en mi trono de oro macizo mientras me bebo un buen copazo de whixky mezclado con sangre enemiga. Una sensación estremecedora de felicidad y victoria inunda todos los rincones de mi ser, haciendo brotar unos gemidillos orgásmicos tan puros como sanguinarios. Sí… Me invade una feliz nostalgia cada vez que me acuerdo de todos esos senadores, presidentes y politicuchos que me miraban como si fueran buitres que devoran con la mirada su próximo manjar; y con esa superioridad que les daba el creer que me iban a sobrevivir. Y ahora, ¿Dónde están todos? ¡Muertos! Urkullu, López, Quiroga… ¡Bajo tierra! Mintegi, Rajoy, Rubalcalba… ¡Pasto de gusanos! Maneiro… ¡Fue el primeiro! Vi caer hasta al príncipe Borbón convertido ya en un auténtico rey de pacotilla. Sí…

Me levanto de mis aposentos para dar un pequeño paseo en mi habitación. A pesar de que dispongo de órganos nuevos y sangre limpia siempre que quiera, mis músculos y mi carcasa corporal siguen estando viejos y necesitan moverse de vez en cuando. Aprovecho, eso sí, para recorrer con la vista la majestuosidad de mi Villa por siempre adorada. Desde mi torre puedo vislumbrar y regocijarme de la miseria y la muerte que patrulla las calles haciendo que mi nombre sea el más glande y temido de toda la península. No obstante, me mosquea no poder quitar esa estúpida “Iberdrola” de los cojones que mancilla mi hogar. Vaya puto sandios este, que parezco un puto villano de palo que necesita patrocinio (nada más lejos de la realidad, ya que he sido educado desde la más tierna infancia al calor del “jeiltzalismo” y la malignidad y sé lo que es obrar en la oscuridad con las manos chorreantes de sangre).

Pero es lo menos que puedo hacer. Si no, a ver quién me habría vendido tanto material a tan poco precio como para poder montar cámaras de gas por todos lados. No hubiera llegado tan lejos sin su apoyo, ya que me dieron la oportunidad de acabar con la oposición. Se convirtieron así en mi mano derecha, una especie de mezcla entre organización no gubernamental y banda guerrillera militarizada a las órdenes de un solo amo. Limpiaron las calles por mí y se mancharon sus manos de sangre dejando impolutas las mías. Pero soy lo que soy gracias a mi trabajo, perseverancia y mi mente enferma. Que no lo olviden jamás…

¡Que los Dioses admiren la grandiosidad de mi imperio! La gran Bilbao nunca fue tan inmensa. Bizkaia, Araba, Iparralde, Nafarroa, Cantabria, Rioja, Asturias… Todo me pertenece. Si no fuera por esos inconquistables locos de Gipuzkoa todas las vascongadas serían mías. Pero eso da igual. Euskal Herria murió hace tiempo, vi personalmente como dejaba de respirar mientras lo alzaba entre mis brazos. Ya no existe ninguna nación pisoteada que reivindicar. Solo ondea una bandera, y es la de la sangre derramada. No hay ideales, solo muerte y destrucción. Y ansias de poder, muchísimas ansias.

Voy a dejar de mirar por la ventana antes de que me sorprenda a mí mismo con una erección, que no son horas… El momento de gozar haciendo sufrir es tan celestial como agotador. Con uno cada mañana suficiente.

Necesito un poco de aliño para mi hígado, tendré que salir a por sangre fresca. Reúno un escuadrón de ex aberlatxes convertidos en milicianos y me adentro en las peligrosas calles.

Hoy la noche está tranquila. No hay ni estallidos, ni disparos, ni gritos agonizantes en la oscuridad. Da gusto ser el rey de esta ratonera. Al fin y al cabo eso es lo que son: ratas infectas encerradas en un laberinto sin salida. Me enciendo un purazo de los míos, un buen Montecristo a las finas hierbas, y disfruto del viaje. Poco a poco se va apreciando nuestro destino en la belleza espesa de la noche, mientras la inquietud y la impaciencia comienzan a tomar forma dentro de mí. Vamos tarde, empiezo a estar expuesto. El monazo acecha y su amenaza es el único peligro existente.

Pocos imaginaban que el adorado San Mames Barria iba a convertirse con los años en mi mansión de los horrores, mi Centro de Empalamiento Masivo. Mi espacio místico de búsqueda de la paz interior mediante brutales penetraciones anales mortales. Solo de pensarlo…

¡Pero no es tiempo de pensar! El gran King Kong está ya dentro de mí y me informa de que viene con ganas de hacerme perder la cordura. Necesito sangre recién vertida en mi copa, ¡YA! Empiezo a ponerme violento con los presentes para saber quién será el agraciado. El primero que me mire mal, clavadito como un animal. En unos pocos segundos el tapón se descorcha y el vino corre. Que delicia… Ahora me siento más tranquilo.

Con el síndrome de abstinencia abatido, decido disfrutar del precioso momento del que antes no he podido. Les digo a mis subordinados que crucen el Bosque de Empalados Doña Casilda (véase parque de los patos/petas) y abro todos mis sentidos al placer más absoluto; tanto visual, auditivo como olfativo. Aquí está mi más preciado tesoro, todos mis logros político-sociales. He conseguido acabar con una de las lacras más pesadas, ahogadoras y succionadoras de vidas que han azotado nuestra apestosa humanidad. Me refiero a esos inhumanos judíos y su exterminador sistema capitalista que tanto daño ha causado. He reventado los grilletes que teníamos con el dinero, esa mierda de papel sobrevalorado que no contenía nada más que almas podridas de usureros descarriados. En mi país no hay más guita, yo poseo todos los recursos (desde comida hasta papel de culo, pasando por la ropa, muebles y drogas duras; los condones no, han sido exterminados también, todos a pelo a gozar hasta morir) y los reparto como me sale del orto. He acabado con las revueltas sociales, empalando todos y cada uno de los indignados. Ya no hay favoritismos policiales, no solo defienden a los ricos apaleando pobres. Ahora revientan a todos por igual, esa es la auténtica igualdad. Podría seguir así horas pero ya me estoy aburriendo. Es hora de ir a la piltra.

Me la machaco contemplando una foto de Sabino Arana y me hundo en mi cama creyendo falsamente que he llegado al nivel del gran Vlad Tepes. Sé que no es verdad, ni de lejos, pero me llena la panza de embriagador odio puro, sumiéndome en los sueños más exquisitos y esquizofrénicos. Otro día delicioso que llega a su fin, a diferencia de mi imperio, que nunca va a desaparecer. Estoy dejando atrás mi cuerpo terrenal para ascender al reino divino de Valaquia a postrarme ante mi Dios. Oh, mi amado Vlad, tómame a cuatro patas como un perrillo.